Leer nos enriquece la vida. Con el libro volamos a otras épocas y a otros paisajes; aprendemos el mundo, vivimos la pasión o la melancolía. La palabra fomenta nuestra imaginación: leyendo inventamos lo que no vemos, nos hacemos creadores.
José Luis Sampedro

jueves, 17 de noviembre de 2011

Nit de Difunts. Relats de 2ESO

El fantasma del primo Antoine, Biel Minobis

Todo empezó el día siguiente del fallecimiento de mi  primo Antoine, de Francia. Nos dieron la noticia cinco horas antes del entierro. Nos vestimos rápidamente y subimos al coche. El coche no arrancaba, y estuvimos media hora intentándolo hasta que al final se puso en marcha. Estuvimos dos horas en el coche hasta que llegamos al tanatorio. Allí estaban todos nuestros familiares sentados, y el entierro ya había empezado. Una vez acabado, los padres de Antoine, nuestro primo fallecido, nos invitaron a cenar a su casa.
Era una casa pequeña y muy oscura. Cenando, mi madre me tiró la copa de vino por encima. Fui al baño a cambiarme y a ducharme porque olía a vino. Todo el baño estaba empañado. Cuando estaba secándome, vi que había unas manos marcadas en el vaho del espejo. Me puse muy nervioso, pero seguí a lo mío. Cogí el secador, me giré y no estaban las huellas en el espejo. Empecé a secarme el pelo y observé unas manos marcadas en el cristal de la ducha. Me puse muy nervioso e intente salir corriendo, pero la puerta no se podía abrir y el pestillo no estaba echado. Intenté saltar por la ventana, pero tampoco se podía abrir. Estaba aterrorizado. No había cobertura en el baño, y no pude llamar a nadie y aunque chillaba muy fuerte nadie me oía. Vi la silueta de mi primo Antoine fallecido reflejada en el espejo: no nos llevábamos muy bien, porque cuando éramos jóvenes le robé a su chica... A partir de ese día, en las comidas familiares, ni nos mirábamos. Intenté abrir la puerta por segunda, tercera vez... pero seguía cerrada. Vi que el suelo estaba lleno de manchas de sangre, me miré la camisa y estaba llena de sangre.  Tenía un enorme corte en la barriga. Caí. Me levanté, miré el espejo y leí: Con cariño, Antoine.
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El contrabandista fantasma, de Aleix Pérez

Durante la Guerra Civil Española, la gente republicana huía de España para escapar de los nacionales, que, si los pillaban, los enviaban a la cárcel o los mataban.
Marcelo era un joven que escapaba. Tenía unos veinticinco años. Y os preguntaréis: ¿no tiene que estar en la guerra?  Por eso escapaba. No quería ir.
Con su grupo tenía pensado atravesar la frontera por los bosques de La Vajol, un pueblo casi fronterizo con Francia. Tenían que pasar de noche y tenían que ir sigilosamente.
El grupo de Marcelo llegó al pueblo. Preguntaron por el camino a un guía muy conocido. Les dijo:
-Sólo hay un camino. Por el bosque del contrabandista fantasma. Sólo se puede pasar por ahí. –Dijo el guía.
-¿Por qué se llama así?-preguntó un amigo de Marcelo.
-Es una historia muy terrorífica. Hace unos años, había un joven que quería hacer lo mismo que vosotros, y pasó por este bosque.  Por la noche (ese mismo día), se escuchó un  grito terrorífico muy, pero que muy fuerte. Al día siguiente fuimos a ver lo que había pasado. Sólo encontramos  mucha sangre, una cuerda y restos de ropa. Por eso cada noche a las tres de la madrugada se oye: ¡No! ¡No! ¡Por favor, no me mates! seis veces seguidas. Id con mucho cuidado, por favor.
-Lo haremos, señor.
Anocheció. Los chicos salieron rumbo al bosque. Eran las doce de la noche. Era la noche de los difuntos, pero a ellos les daba igual. Eran muy valientes.
Ya llevaban cinco minutos caminando, cuando oyeron una voz muy aterradora:
-Hola, chicos.
-¡Adiós, chicos!
Se oyeron unos gritos tan fuertes y terroríficos que resonaron por toda la zona.
Al día siguiente  el bosque estaba todo salpicado de sangre. Estaban esparcidos por todo el bosque los cuerpos de todo el grupo que intentó, pero no pudo, traspasar la frontera.
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Era la noche anterior... de Eric Quirante
Era la noche anterior a la de los difuntos: fría, oscura y tenebrosa. Un niño de 7 años y un metro y medio andaba solo por las calles de su pueblo camino a su casa. Allí, en la calle del Ajo número 13, le esperaban sus amigos para jugar al juego mas terrorifico y popular que existe en estos dias oscuros: la wija.

Al entrar en su casa él y sus amigos empezaron el juego, del que se ausentó un minuto para ir al baño. Mientras haíia sus necesidades un escalofrío le recorrió la espalda. Algo iba mal: no oía a sus amigos. Se subió de golpe la cremallera del pantalón, se abrochó el botón y corrió con todas sus fuerzas hasta el dormitorio. En él encontró a sus amigos aterrorizados en un rincón. Les pregunto qué habia pasado. Sin respuesta. Así una y otra vez. Finalmente un niño volvió en sí y dijo que un espirítu quería mutilarlos miembro a miembro.

El niño se lo planteó y se lo planteó, hasta que envalentonado gracias a que sus amigos y la niña que amaba estaban puestos a sus pies temblorosos, decidió terminar la partida él solo y hacer lo que se proponía. Al surgir el espíritu del tablero, el niño intentó retirarse, pero al ver a sus amigos llorando se volvió y empezó una corta conversación con el fantasma. Se dio la vuelta y dijo con una sonrisa, adiós. Al instante un objeto afilado, que era utilizado para robar las almas a la gente, atravesó el cuerpo del niño dejándolo inerte en el suelo, sin aire, sin respiración, solo silencio, un inmenso silencio, hasta que los niños se dieron cuenta de que el pacto con el espíritu era dar su alma por la de los demás.
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Noche de Difuntos, de Laura Urban
Me lo encontré allí, en el mismo sitio de siempre. Estaba parado, observando una lápida. Su boca articulaba unas palabras extrañas, parecía querer ocultarse. Era un tipo alto, mucho mayor que yo, vestía de negro y llevaba una capa.
Entonces fue cuando me acerqué para verle la cara pero él se percató de mi presencia. Tenía una mirada despiadada y empezó a perseguirme como un poseso. Eché a correr por entre medio de los matorrales, esquivando  los árboles del cementerio. Mi corazón parecía salirse del pecho. Eché la mirada hacia atrás en un rápido gesto. El sujeto parecía ya pisarme los talones. Entonces me salí del camino y cogí un atajo. Seguí corriendo un buen trecho y me di cuenta de que había atravesado el cementerio y de que lo había despistado. Me escondí en un matorral por si el hombre misterioso me veía. Oí un ruido y me asusté.
-      ¿Qué pasa? – oí de pronto
-      ¡Me han descubierto en el cementerio! – dijo jadeando el sujeto.
-      A ver… ¿Quién?
-      Un mocoso, trece años podría tener, corría como un condenado galgo.
-      ¿¡Has perdido a un niño?!
Resonó en todo el bosque.
-      ¿Y qué? – oí que decía el misterioso sujeto – sólo es un niño, no creo que entendiese nada.
Me estaba sujetando con la mano la boca para calmar la respiración para que no me oyesen. Estaba muy agitado, no sabía qué hacer. ¿Quiénes serían esos hombres? ¿Qué pretendían? Mi aventura nocturna me estaba saliendo cara.
-      Está bien…Está bien… - dijo el otro hombre – Volvamos al cementerio a acabar el trabajo.
Vi cómo se alejaban. Cuando sus siluetas estaban bastante lejos me atreví a salir del matorral. Estuve sopesando si volver a casa. En vista de que se alejaban cada vez más, mi curiosidad pudo conmigo y los seguí sigilosamente sin apenas darme cuenta de lo que hacía.
Los encontré delante de las tumbas haciendo extrañas invocaciones. Varias luces salían de las tumbas. Entonces pude ver bien al acompañante del sujeto. Era un hombre mayor, calvo, bajito y desgarbado. Mientras observaba me enganché mi rizado y pelirrojo pelo en una rama, ¡Qué situación más tonta! Los rizos de mi pelo me solían jugar esas malas pasadas.
Cada vez salían más luces de diferentes tumbas. No sabía si estaba asustado o asombrado. De pronto se oyeron los chirridos de las lápidas al desplazarse. Empezaban a agitarse. De ellas salieron muertos vivientes. ¡No me lo podía creer! ¡Qué miedo! Empezaron a temblarme las piernas y empecé a tener frío. Lo único que quería era salir por patas.
-      ¡Conquistaremos el mundo! – dijo el hombre misterioso.
Salí corriendo por el miedo que tenía y por las calles solo se veían muertos vivientes. Entonces desperté, todo empapado de sudor, en mi cama. Podría haber sido un sueño, o no…

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