Leer nos enriquece la vida. Con el libro volamos a otras épocas y a otros paisajes; aprendemos el mundo, vivimos la pasión o la melancolía. La palabra fomenta nuestra imaginación: leyendo inventamos lo que no vemos, nos hacemos creadores.
José Luis Sampedro

jueves, 17 de noviembre de 2011

Relats dels alumnes de 1BAT

Primero de noviembre, de Anna Godoy

Recuerdo perfectamente esa tarde. Hice la merienda para el pequeño Isaac. Se comió la fruta muy rápido y, puesto que estuvo todo el día jugando conmigo, se durmió mientras veíamos juntos los dibujos animados en la televisión. Me aparté un poco de él y lo tapé con una manta. Era un día lluvioso, frío y gris y no teníamos calefacción en casa. Era una de esas casas viejas y grandes, con un jardín enorme, lleno de árboles y flores marchitas ya por el invierno. Me puse a hacer deberes y a estudiar porque tenía una semana muy ajetreada y quería adelantar todo lo que fuera posible. Cuando subía la escalera cayó la lámpara del comedor al suelo. Me sobresalté, pero no era la primera vez que pasaba, así que bajé, la puse bien e intenté no despertar a mi primo.
Había algo que me preocupaba, algo que me rondaba por la cabeza desde los seis años, cuando vinimos a vivir a esta casa. Nuestro vecino, Carlos, un viejo de 75 años, viudo y con dos hijos, que ya no viven en casa, nos vino a visitar el día que nos instalamos. Le enseñamos la casa y cuando nos quedamos él y yo a solas me contó una terrible historia. Se trataba de que muchos años antes había vivido allí una familia lque según él, era espeluznante. Vestían siempre todos sus miembros de negro y llevaban una rosa de color blanco en el pecho. Sucedieron cosas muy raras: incendios en alguna parte de la casa, desaparición del algún miembro de la familia, etc. Al cabo de dos años y medio abandonaron la casa y a elle fueron a vivir indígenas. El primero de ellos salió a los cinco minutos de haber entrado con la cara llena de sangre y las manos en la cabeza. El segundo no salió. Cuando entró el tercero, este salió con el segundo en brazos. Muerto. Carlos vio cómo unos cinco o seis indígenas se asomaban a ver la casa un día, pero salieron corriendo y gritando. Salió a hablar con ellos y le contaron que había gente, que eran los espíritus de la familia Heskid.
Siempre que oigo algún sonido u objeto que se mueve, cae o se rompe, me viene a la mente esa historia y el pálido rostro de Carlos junto a sus ojos helados y el pelo oscuro con pocas canas. Subí la escalera y comencé con los deberes de lengua española. Cuando terminé de hacer los ejercicios del libro de lectura me puse a leer un poco y fue entonces cuando sucedió. Oí a mi primo llorar a gritos, parecía desesperado, pero no le hice mucho caso y no me alarmé demasiado, ya que podía haber sido una simple pesadilla. Estaba en mitad de la escalera cuando vi una rosa de color blanco. Me apresuré a bajar y vi algo que se movía de color negro. Me puse a chillar, terriblemente horrorizada por lo que acababa de ver. Una cosa negra se llevó a mi primo. Me acordé de que era primero de noviembre y entonces lo entendí todo. El 1 de noviembre fue el día en que Carlos vio al tercer indígena con el segundo en brazos. No he vuelto a saber nada de Isaac.

 
Mandurikz, de Aitor Falcón

Cuentan que hace unos 130 años, llegó a Londres un charlatán malabarista, con gran carisma, sin duda, que atraía la atención de todos los niños.
Su largo y raído abrigo, sus apedazadas camisas, rotos pantalones y desaliñado aspecto, no impedían que la gente y en especial los niños se detuvieran a mirar sus espectáculos, que abarcaban malabares, mímica, música y otras disciplinas igualmente entretenidas.
Mientras realizaba un número en el que lanzaba gajos de mandarina al aire, y se los tragaba enteros, un niño que jugaba cerca le golpeó, provocando que se atragantara con el gajo, y muriera. En su última exhalación, juró vengarse de los niños por su atroz muerte.
Cuando el niño comió una mandarina, el alma del charlatán se metió en el último gajo, y quedó latente esperando el momento adecuado para despertar dentro del chico.
Cuando el muchacho cumplió veinte años, el alma enajenada del charlatán se apoderó del cuerpo del joven y decidió renombrarse como Mandurikz.
Desde entonces, oculto bajo su nuevo abrigo y su elegante chistera, Mandurikz aparecía en los días cercanos al 31 de octubre, fecha en que falleció, para seguir con sus espectáculos.
Si algún niño incauto se alejaba de sus padres, Mandurikz lo atraía con su encanto, y cuando lo tenía embaucado, le ofrecía un vaso de zumo de mandarina, a través del cual tomaba control de su cuerpo. Luego rasgaba la piel de una mandarina que atrapaba al niño en su interior. Por último, al devorar la mandarina contenedora del niño se apoderaba de su alma. Necesitaba seis cada año para seguir con vida, y con su interminable venganza.
Mandurikz, al ser un alma invasora tiene un tiempo de vida reducido de cuarenta años; por eso, cuando cumple 56 años, no se come las seis mandarinas, sino que reserva una, que ofrece a un chico especial, de 14 años, con gran imaginación, poco sociable. Una vez encontrado, le ofrece la mandarina contenedora de la última alma e incuba su personalidad en el chaval.
Cuando el joven cumple veinte años se convierte en Mandurikz, comenzando de nuevo el ciclo de venganza de esta alma corrupta, llevándose con él seis almas de inocentes niños cada año, en cualquier pueblo o ciudad del mundo. ¡Quién sabe si este año aparecerá a por la tuya...!

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