Leer nos enriquece la vida. Con el libro volamos a otras épocas y a otros paisajes; aprendemos el mundo, vivimos la pasión o la melancolía. La palabra fomenta nuestra imaginación: leyendo inventamos lo que no vemos, nos hacemos creadores.
José Luis Sampedro

miércoles, 1 de junio de 2011

Se escapó Fantasía para invadir Realidad


Un árbol emblanquecido por bonitas flores olor a primavera, verdes campos con tonos rojos donde traviesas amapolas jugaban a esconderse regalándoles un matiz especial, dulces melodías compuestas por libres pájaros, y, finalmente, mi objetivo: una colina apartada de todo, tranquila, luminosa y agradable. El lugar perfecto donde dejar fluir la imaginación y ser quien quieras ser, sin que nadie cuestione tu nuevo “yo”. Sin coches, sin bocinas, sin preocupaciones, sin sirenas, sin altavoces y sin órdenes. Donde todo se ve más bonito y da la sensación de que no existe nada más detrás del silbido acompasado del viento. Pero es curioso, aún sigue aquí el dichoso cosquilleo que no logro alejar, que por mucha tranquilidad que consiga, me acompaña y se esconde en mi interior, como las traviesas amapolas del verde campo. Pero decidí intentar aparcar esa sensación a un lado y relajarme. Sí, eso quería hacer, relajarme e imaginar.

Mi colina –así la llamo –se había vuelto casi mi segundo hogar, ya que siempre que podía me escapaba allí evadiéndome de todo, y, sobretodo, me gustaba porque, en teoría, nadie sabía que me encontraba en aquel lugar.
Una vez allí, cogí la mochila que llevaba conmigo y saqué mi cuaderno. No era un cuaderno cualquiera, ya que me lo regaló una persona muy especial, mi mejor amigo. Me lo regaló por mi cumpleaños, hará ahora unos cuatro años, y dentro ponía: “Para Marina, porque siempre que lluevan aviones de papel significará que un sueño se te ha hecho realidad”. Es el mejor regalo que me han hecho en mi vida.
En mi cuaderno no solo escribo, sino que también dibujo. Esto segundo a veces me es un poco más difícil, ya que, ¿sabes la sensación que te transmite un niño al reír? O, ¿al escuchar la más bonita de las canciones? O también, ¿el efecto de sentirte pluma en medio de un huracán? Siempre quiero dibujar cosas que signifiquen algo para alguien y también quiero dibujar esas sensaciones, pero a veces no puedo… En fin, hoy no quiero quedarme en intentos, ya que es un día diferente a los otros que he pasado en la Colina. Hoy puede que sea el último día que venga aquí. Pero no quiero pensar en eso, así que abriré mi cuaderno y seguiré con mi intención de escribir, imaginar, crear, con el fin de conseguir una bonita historia que poder contar algún día a mi mejor amigo.

Y allí estaba yo, en el lugar donde se escapó Fantasía para invadir Realidad, sumergiéndome en un mundo de aires carmesíes y purpúreas nubes. Donde el tiempo no pasaba, donde todo sabía mejor. 
“Todo empezó cuando las flores todavía eran flores y las personas no sabían qué eran la televisión o los teléfonos. Cuando aún había dinosaurios dando tumbos por ahí.
Esa es la historia de Nikka, una joven chica que vivía en medio del bosque, en una bonita casita de madera que en su día construyeron ella, su hermana y sus padres, hace ya muchos años. Ahora en ella solo vivían su madre, ella y su hermana, ya que su padre había muerto un par de años atrás por culpa de una rara enfermedad que ni el sabio Maestro del bosque supo identificar.

A Nikka le gustaba su aldea, pequeña, escondida y resplandeciente como un rayo de luz. Era muy acogedora y bonita y sus vecinos eran muy agradables. Entre todos creaban una especie de familia, ya que se tenían que ayudar unos a otros, porque cuando no era un braquiosaurio quien los quería atacar desde el suelo, era un velocirraptor el que quería cogerlos desde el cielo.
Con el paso de los años, Nikka aprendió todas las técnicas de defensa y caza necesarias para sobrevivir en el gran y peligroso mundo en el que vivían, y así poder cuidar bien de su familia, porque su hermana era demasiado pequeña y su madre, desde que había muerto su padre estaba muy apagada y casi no sonreía nunca.
Nikka y su hermana Freya, iban cada día a la escuela de la aldea donde el Maestro les daba clase junto a los otros niños. El Maestro era un hombre alto, delgado, discreto y muy, muy, muy inteligente. Lo que nadie sabía era cuántos años tenía, ya que ni los más viejos de la aldea recordaban el día en que había llegado. Desde siempre había estado allí. Y de vez en cuando algún niño le preguntaba:
            - Maestro, ¿Cuántos años tiene? ¿Es el más mayor del mundo?
Y él le contestaba:
            - Hijo, la edad no se mide en años, sino en experiencias y conocimientos.
            - Ah… -Le respondía el niño. Y luego añadía – Entonces, ¿Cuántos de esos tiene?
Y el maestro con una sonrisa le revelaba:
            - Unos cuantos.
A todos les gustaban mucho sus clases, ya que eran muy divertidas y a la vez muy educativas. A veces se quedaban en la clase-cabaña de la aldea o se iban de excursión.
La vida en la aldea era bastante tranquila, aunque algún dinosaurio, a veces, intentara atacarlos; sin embargo, se sabían defender bien. En sus ratos libres, Nikka salía a explorar y una de las cosas que más le gustaba hacer era coleccionar flores, ya que le fascinaban. De pequeña solía salir de excursión con su padre, quien conocía casi todas las clases de flores.
Muchos años atrás, cuando Nikka y Freya aún no habían nacido, su padre y su madre pintaban. Lo hacían sobre los pétalos blancos de los lirios gigantes; y dibujaban con carbones y les daban color con los diferentes tipos de polen que se encontraban en los estambres de las flores. Eran realmente buenos. Juntos pintaban paisajes, animales y, sobre todo, flores. Y con sus dibujos conseguían sacar a relucir el más bonito lado de las cosas. Pero cuando nacieron Freya y Nikka dejaron de pintar para pasar el máximo de tiempo con ellas. Cuando sus hijas fueron un poco mayores, y Nikka ya iba a la escuela volvieron a hacerlo.
Desde que habían nacido Freya y Nikka su vida había cambiado mucho, y eso se notó en sus pinturas. Ya no desprendían aquel sentimiento de juventud y de locura, sino sentimientos de madurez, conocimiento. Aunque sin dejar de transmitir energía. Sin embargo, eso duró poco, ya que al poco tiempo murió su padre y con él la vitalidad de su madre. Cuando pasó todo esto Nikka era bastante pequeña y no supo cómo reaccionar. Era consciente de lo que significaba el verbo “morir”, pero aún no lo había experimentado nunca, y cuando llegó el día deseó no haber tenido que conocerlo. No tenía ni palabras para expresarlo, solo entre lágrimas logró comprender que la muerte no solo se llevaba una vida, sino también esencias de los corazones.
Fueron los siguientes días los más raros de su vida. Veía a su hermana pequeña, que no entendía lo que pasaba a su alrededor ni dónde se encontraba su padre, y también veía la sonrisa triste de mamá, que intentaba animarlas. Pasaron los meses y la gente fue asimilando su ida, y todos volvieron a la normalidad, sin olvidarlo, pero pensando en llevar adelante la Aldea en su honor. Parecía que todo iba bien y que se volvía a respirar ánimo en el aire.

Una mañana fueron Nikka, su madre y Freya a pasar el día a un campo de al lado de la aldea. Por la mañana jugaron, hablaron, rieron, cantaron, bailaron… Después comieron, pero sin dejar de hablar, reír, jugar. Y por la tarde hicieron de exploradoras, ya que a Freya y a Nikka les encantaba. El juego consistía en ir por el campo e intentar adivinar el nombre de las flores y encontrar la más bonita. Freya y Nikka iban juntas y su madre, en teoría, iba contra ellas, pero, en realidad, hacía de supervisora. Durante toda la tarde se recorrieron el campo de arriba abajo y viceversa, descubriendo nuevos tipos de flores y pasándolo genial, aunque no consiguieron encontrar una flor que fuera más bonita que las otras.

Cuando empezó a oscurecer decidieron volver a la aldea, ya que andar de noche por ahí era peligroso. Así pues, recogieron lo que habían traído: los platos y cubiertos de madera que les había regalado el carpintero de la aldea, y un lindo mantel de hierbas que tenían.
Mientras caminaban de vuelta a casa, las dos hermanas no paraban de jugar, y en una de sus corredizas tropezaron y cayeron. No se hicieron daño, pero se quedaron quietas en el suelo mirando fijamente una cosa. Su madre corrió hacia ellas, preocupada por si se habían lastimado, y al llegar donde estaban se quedó petrificada al ver lo que estaban mirando. Un “Pensamiento”. El “Pensamiento”. Era la flor más bonita que habían visto nunca, pero le pasaba algo. Se la veía apagada, no relucía, no dejaba de ser la más bonita que habían visto nunca, pero se estaba muriendo.
Yendo hacia el campo no se había dado cuenta de que habían pasado por ahí al lado. Al girarse hacia su madre, Nikka y Freya la vieron envuelta en un mar de lágrimas. Entonces fueron hacia ella, la abrazaron, y continuaron el camino hacia casa. Cuando llegaron, les contó a sus hijas que justo allí, años atrás, trabajando con sus padres en aquel campo, había conocido a su marido. Él también trabajaba con su familia allí, y a los dos les gustaba mucho aquel lugar donde se encontraba la flor: un poco apartado, fresco y bonito; el lugar perfecto donde poder almorzar tranquilos. Hasta que un día coincidieron allí, y se conocieron. Pasaron las semanas y día a día hablaban más y más, y empezaron a verse después de trabajar en el campo. Siempre en “Nuestra flor”, decía él.
            -Y así fue como nos conocimos –Les contó su madre. – Y cuando empezamos a salir, cada aniversario que cumplíamos me regalaba una flor como aquella…
Durante la semana siguiente su madre casi no salió de casa, les decía que le dolía un poco la cabeza, que quería descansar. Se la veía frágil, pálida, como su flor. Con el paso de los días Nikka comprendió que eso no podía seguir así y fue a hablar con el gran Maestro, que siempre sabía qué hacer.
Él se había percatado del estado de la madre y le comentó a Nikka que tenía una idea.
            -Pero necesitaremos la colaboración de toda la aldea. –Dijo.
Y así fue, todo el mundo colaboró. Se pusieron manos a la obra, para tenerlo todo listo pronto. Estuvieron trabajando duramente tres días, y alguna noche, pero afortunadamente la madre no sospechó nada. Y al fin llegó el día, bueno, la noche. Era la más tranquila que habían visto en mucho tiempo, no se oía ningún ruido extraño, solo el canto acompasado de los grillos. Hasta parecía que los dinosaurios se hubieran ido y no tuvieran la intención de hacer de aquella noche peligrosa. Todo parecía estar bien. Todo el mundo estaba preparado. Ya solo faltaba llevar a la madre al lugar.
            -Mamá, ¿podemos ir a dar una vuelta? Es que creo que estoy un poco mareada y así tomo el aire. Es que  no quiero ir sola.
            -Hija, sal un ratito por aquí fuera y refréscate un poco. –Y entonces a Nikka se le ocurrió una excusa.
            -Pero a refrescarme preferiría ir al río, y Freya me ha dicho que también quiere ir. Por favor…
            -Bueno… Vamos.
Salieron de casa y se pusieron en camino. Tras caminar un ratito su madre le dijo:
            -Nikka, por aquí no se va al río. –Y ella contestó.
            -Sí, sí que se va. Es que el otro día encontré un atajo.
Caminaron un poco más y Nikka y Freya se pararon y se giraron hacia su madre.
            -¿Qué pasa? –Les preguntó ésta.
Entonces le vendaron los ojos y Freya le dijo con su vocecita:
            -Confía en nosotras, mami.
Ella no sabía qué hacer, pero se dejó llevar. Notó que caminaron un poquito más y de repente… Empezó a oír una melodía preciosa, sin letra,  pero lo decía todo. Era una rítmica composición de acordes, tan especial que la hacía la más bonita que nunca había oído. Al destaparse los ojos vio que quien daba vida a aquella maravilla eran todos los habitantes de la Aldea, sus amigos y familia, y que se encontraba delante de un camino iluminado por bonitas antorchas, que dirigía a un único lugar. Nikka y Freya la animaron a seguirlo y así lo hizo. Temblando un poco, se adentró en aquel mundo mágico que le habían creado hasta llegar al centro, donde se encontraba una bonita flor, aquella bonita flor. Ya no parecía la que había visto hacía unos días, ahora brillaba. Entonces, llegó el gran Maestro y le entregó algo. Era uno de los grandes pétalos de Lirio que con su marido usaba para dibujar, pero no estaba pintado por ellos. Lo miró y a la vez que observaba aquella preciosidad, los ojos se le llenaban de lágrimas; pero no eran de tristeza, como solían ser, no. Eran de felicidad. En el pétalo se encontraba la huella de las manos de todos y cada uno los habitantes de la Aldea, con miles de frases preciosas y dibujitos de los más pequeños. Y en el centro, entre la huella de Nikka y de Freya, había un espacio, donde ponía “Para que con todos nosotros dejes tu huella y con una sonrisa queden todas unidas, mil en una. Incluso la suya, que aunque no esté es la que hace que se sostengan las nuestras unidas. Confía en ti, sé fuerte y, sobre todo, feliz.”
Ningún habitante de la Aldea olvidó aquella noche jamás, aquella noche que hizo de ellos algo más que vecinos. Todos juntos demostraron que con ganas todo era posible, que solo hay que saber encontrarlas, y si no se puede, para eso están la familia y los amigos.
Fin.

Hacía rato que me esforzaba por no mojar de lágrimas mi libreta, pero no pude aguantar más y volví a mis reflexiones. Yo… yo también quiero poder confiar en que soy fuerte y en que no se me llevarán las olas. Quiero hacerlo… Pero no puedo. Me quedo en la puerta, sin poder llegar a entrar. Me faltaba tan poco…. Y me aferré a mis rodillas, por miedo a desvanecerme. Todo lo que me pasaba, mis pensamientos y preocupaciones, en resumen, mi vida, giraba en torno a lo que pudiera pasar al día siguiente.
Pero entonces, noté que algo había topado con mi cabeza. La levanté y vi que a mi lado había un avión de papel. Miré una y otra vez a mi alrededor, pero no vi a nadie. Agaché la cabeza y después la levanté, miré a mi lado y el avión aún estaba ahí, aunque no había ni rastro de su piloto. Entonces, de repente, recordé el regalo de mi amigo, mi libreta. Rebusqué en la primera página, y me quedé magnetizada a la vez que habría el bonito avión de papel, que decía:

Cuando no ves ni solución, ni una salida, cuando no sabes muy bien dónde ir, cuando los pensamientos se te remueven, susurrándote, como si estuvieras dentro de una colmena, coge fuerzas... y suéltate.  Huye de lo que te esté atando. Camina, salta, corre, vuela. Déjate llevar, y llegarás a sitios a donde nuca creías que pudieras haber llegado. Veras nuevos lugares, caminos que te llevarán a paisajes de ensueño. Respirarás nuevos aires, correrás como no has corrido nunca y conquistarás el cielo con solo una mirada. Puede que enfrentarte a lo desconocido te haga dudar, pero a veces, reprimiendo el impulso de echarte atrás, puedes encontrar aquello que está más allá del caminar solo, más allá de la confusión que crea el no saber qué hacer. Porque solo cuando te ponen a prueba ves quien eres de verdad, tus límites y cualidades, y sobre todo, quien puedes llegar a ser. Sí, puede que solo lo consigas un segundo, pero con poco basta para ver que en realidad no es tan difícil alcanzarlo, y que siempre está allí, esperándote.

Soy una chica a quien le gusta pasear, mirar a su alrededor, dar importancia incluso a las cosas más pequeñas, creer que un querer es poder y… silbar. Mañana a las 9:00 tengo que ir al hospital para que me operen de aquello que vida o muerte me puede dar. El médico me dijo que el corazón tiene cuatro válvulas que normalmente se abren para que la sangre fluya a través o hacia afuera de él y que luego se cierran para impedir que vuelva hacia atrás. Pero algunas veces, no funcionan bien, y eso es lo que me pasa a mí en una de ellas, no trabaja bien, y han de reemplazarla.

Me llamo Marina, tengo catorce años y mañana entraré en el quirófano.

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